Cuando muera no lloréis por mí, porque aquí dejo lo mejor de mi
vida: mi mujer, mis hijas, mi(s) nieto(s), mis hermanos, quizás también mi
madre. Estaré entre vosotros y solo
tendréis que acostumbrarse a verme entre las penumbras de nuestro hogar, a
escucharme entre las puertas entreabiertas, a sentir mi calor a través del rayo
de sol que penetra entre la ventana y deja a relucir, cuan fantasma, el ir y venir
de los cuerpos inertes. Allí estaré.
Estaré en los pies de vuestras camas, vigilando que nadie os haga
daño, y en alguna ocasión sentiréis un escalofrío entre vuestras mejillas, pero
no os estremezcáis. Sera la caricia de mi beso, el calor de mi mano alisando
vuestro pelo, rozando vuestro rostro.
Quiero llevarme la mejor de vuestras sonrisas, esas que siempre he
llevado conmigo allá donde haya ido y me han acompañado en los peores momentos
de mi vida. Para sacar fuerzas y seguir adelante. Todo por vosotras. Os siento
con fuerza
No lloréis porque ahora inicio un nuevo camino para reencontrarme
con los seres queridos cuyas vidas fallecieron antes que la mía (que antes que
yo fallecieron), y su reencuentro será inmenso, reconfortante, no sé si feliz,
porque en estado etéreo no se si se siente, lo que si estoy seguro es que las
almas se unirán indisolublemente para volvernos a reunir algún día.
No me lloréis. En aquellos momentos que la voluntad se encuentre vacía
me encontrareis entre el rugir de los arboles, el soplo del viento, el frescor
de la lluvia, mi voz se hará sentir con el susurro de las aves. Mirar al cielo
y allí estaré para daros el abrazo que os falte para seguir adelante. No vaciéis
vuestras almas de ilusión, porque de ser así de nada habrá servido el camino
recorrido juntos. Lo importante es el
corazón, vuestro recuerdo más intimo, pero no quiero quedarme alojado por y
para siempre en el mismo, pues sería egoísta pretender que llevéis siempre mi pesada carga. Vivir
vuestra propia vida como sabéis, quizás como os he enseñado, no sé si lo habré
conseguido. Mantenerse integras, honradas, buenas de corazón: ese es nuestro
legado, nuestro tesoro más valorado por encima de todo, y que lo hereden
vuestros hijos.
No me lloréis. Que vuestros ojos no se sequen. Mirar en los rincones,
en vuestros rincones, pero mirar bien, y allí siempre estaré. Junto a vosotras.